Hace un tiempo, mi bebé, que en ese entonces tenía 4 meses, vomitó varias veces.
Me parecía raro que una bebe tan chiquita, que no come, no gatea y está todo el día cargada, vomite tan seguido.
Al principio, pensé que le había dado mucha leche, como salí 1 hora a la calle, le dieron un biberón (solo tomó 1 oz) y al regresar le di un poco de leche materna, directo de mi pecho.
Más tarde empezó a tener arcadas y a vomitar bilis, lo que me puso en alerta e inmediatamente la llevamos a emergencia. Como estaba de buen ánimo y sonriente, parecía que tenía un virus y que con un remedio para las náuseas iba a mejorar, pero no fue así. Le hicieron una ecografía y descubrieron que tenía una invaginación intestinal, es decir una obstrucción intestinal con su propio INTESTINO!!! nunca había escuchado de algo así y luego de otras pruebas se determinó que era necesario un procedimiento quirúrgico. Fueron momento muy duros, pero gracias al rápido diagnóstico, mi bebé ya está perfecta.
Mucha gente me pregunta cómo me sentí y se pregunta cómo hice para manejar el miedo y la angustia de que mi bebé que todavía no llegaba a los 5 meses (los “celebramos” en la clínica) iba a pasar por una operación con anestesia general.
Aquí les cuento lo que sentí y cómo lo manejé:
Cuando hicieron el diagnóstico y me dijeron los posibles tratamientos, así como los exámenes que le iban a hacer se me cayeron algunas lagrimitas, pero como la estaba cargando me contuve.
Al momento de la primera intervención dijeron que sólo uno de los padres podía quedarse por un tema de radiación y pensé (como he estado en varias radiografías para ver las adenoides de mi hijo mayor) que mejor se quede su papá -mis miedos manifestándose y queriendo que huya- pero luego pensé ¡Yo soy su mamá! me tengo que quedar con ella.
Cuando me dijeron que ese procedimiento no había tenido éxito, abracé a mi hijita, y lloré un poquito, pero pensaba en su bienestar y no quería asustarla, así que me calmé para acompañarla a que le pongan la vía y le hagan los exámenes de riesgo quirúrgico, en ese momento lo más difícil era que ella me pedía leche (yo no le podía dar) y que empezó a sentir dolor. Aunque es pequeñita, yo le explicaba todos los procedimientos que le iban a hacer y que todo era por su bien para que se sintiera mejor y estuviera sana – hace muchos años, cuando estaba embarazada de mi primer hijo, leí “La vida antes de nacer” sobre regresiones a la etapa prenatal y cerca al nacimiento, y de acuerdo a las regresiones, aunque los bebés no hablan, entienden todo. Así como también recuerdan que somos Uno con todo el Universo, que vienen de la Fuente y todo lo que he aprendido (mejor dicho recordado) con mis estudios de metafísica y de Ciencia de la mente – así que pensando en eso, le explicaba todo lo que pasaba, para darle calma y que no se asuste, y de paso yo también me daba ánimos.
Cuando la trasladaban a la sala de operaciones, lo hicieron en una camilla de adultos y me sorprendió su tranquilidad, aunque llevaba horas sin comer, parecía una bebe más grande, observando todo con su chupón en la boca y sin llorar. La gente que estaba alrededor miraba sorprendida y supongo que con intriga acerca de qué podría estar pasando con una bebe tan pequeñita.
Una vez arriba, me pidieron que firme el consentimiento informado de la anestesia, que me cambie y que los acompañe en el proceso previo.
Me encantó que el anestesiólogo insista en que la mamá y la hija debían mantener contacto físico mientras la preparaban para la operación.
Yo, al inicio, tenía miedo de entorpecer algo, interrumpir o invadir, pero él nos decía a mí y al personal, que la mamá debía agarrarle la mano (o el antebrazo) a su bebé en todo momento. Yo le cantaba y un joven que era parte del personal, me contó que tenía un hijo de 6 meses, así que mostraba mucha empatía hacia mí, y nos pusimos a cantar la Granja de Zenón, Paw Patrol y las Ruedas del Bus (ahí me di cuenta que más escuchamos canciones que le gustan a mi hijo mayor).
En ese momento, empecé a hablarle mentalmente a mi bebé, a recordarle y recordarme que somos Uno con Dios y que Dios se revela a través de TODO, le decía que Dios estaba en los médicos, el personal de salud, los muebles, los instrumentos, los materiales, en todo.
Hubo un momento en que tuve miedo, pero pensé “soy la mamá y me tengo que comportar como una mamá”. Y de verdad empecé a ver a Dios (le pueden decir energía, sabiduría, bien, Universo, como quieran) en todo y en Todos. Hice un TEM (oración científica de Ciencia de la Mente) en la sala de operaciones para revelar su sanidad (puedo hacerlo porque es mi hija, todavía no habla y yo soy responsable por ella, si no ya tendría que pedirle su consentimiento). Una vez que se durmió me pidieron que me retirara, felizmente, porque no sé si hubiera soportado más.
Me cambié y salí, vi a mi familia y la de mi esposo afuera y lloré muchísimo, todo lo que tenía contenido, fue liberador y pude desahogarme, pero llorando y sufriendo no iba a colaborar en revelar la sanidad de mi hijita, así que después de abrazar a mi esposo un rato, empecé a sacarme leche, para tener suficiente para cuando la tuvieran que alimentar.
Antes de que me confirmaran que la iban a operar, le pedí a mi grupo de Ciencia de la Mente que vean a mi hija sana, y que los que pudieran hicieran un TEM por su sanidad, mi mamá que también estudia lo mismo, hizo uno. Les escribí porque es muy importante mantener el pensamiento enfocado en la verdad, y no quería que el pensamiento de las personas asustadas, contamine mi enfoque, además de que el pensamiento entrenado es más poderoso.
Luego de terminar de extraerme la leche, empecé a ver vídeos y fotos de mi hijita sana y feliz. Justo ese día en la mañana nos había filmado a las dos, mandándole un saludo a su papá por San Valentín.
Una intervención quirúrgica siempre es riesgosa, y esa fue mi mejor manera de combatir los pensamientos fatalistas acerca de los posibles riesgos. Mi contribución era manteniéndola a ella sana y contenta en mi mente, llena de vida, de esa forma yo estaba tranquila y estoy segura, que le transmitía la misma tranquilidad a ella.
Al rato vi una cuna pasar, que anunciaba que ya pronto la trasladarían. A los minutos salieron los médicos y nos dijeron que todo estaba bien y la bebe pronto estaría en la sala de recuperación. Sentí unas ganas inmensas de abrazar a los doctores, pero no lo hice, los acababa de conocer y no quería invadir su confianza, aunque sí los abracé con el corazón. Nos explicaron varias cosas que no entendí del todo en ese momento, yo solo pensaba que mi bebé estaba bien y no podía más de la felicidad.
Me sentí agradecida por haber ido a tiempo a la emergencia, porque justo ese día atendían los dos médicos que intervinieron a mi hijita, médicos con vocación que una noche de San Valentín, estuvieron operando a una bebe hasta la 1:15 am. Agradecida, porque pudimos hacerle los exámenes a tiempo para dar pronto con el diagnóstico, porque el personal de radiología tuvo consideración con una pequeñita y extendió su horario de atención.
Agradecida porque mis dos hijos están sanos y conmigo, porque aunque agotada, puedo verlos crecer y desarrollarse.
La semana pasada me la he pasado cantando, bailando y disfrutando.
Hoy, después de varios días sin dormir, y de brindar atenciones a libre demanda, me sentía un poco cansada, además mis preocupaciones “comunes” estaban regresando. Escribir este post me ha hecho recordar lo agradecida que me siento y me ha recargado de energías por si me espera nuevamente una noche intensa (aunque mi bebé está perfecta, la hospitalización implicó un retroceso en el sueño).
La maternidad trae retos y sorpresas, algunas no son tan agradables, pero siempre podemos rescatar alguna enseñanza.
PD. escribí este post a los 10 días de la operación, pero al ser tan personal, no me animaba a publicarlo.
Rebeca
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