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Las odiosas e (in)evitables comparaciones

Muchas veces hemos escuchado que las comparaciones son odiosas, y aún sabiendo esto, nos cuesta mucho evitarlas.


Las personas comparan a sus hijos, comparan los embarazos, sus relaciones de pareja e incluso a sí mismos (con imágenes, cuerpos, formas, proyectos o ambiciones que tenían en mente).


Las comparaciones son odiosas porque en su mayoría, nos hacen sentir mal, que algo falta o que de repente no tomamos la mejor decisión, que pudimos o podemos hacer más.


En mi consulta, he escuchado varias historias de personas con dificultades para amarse y aceptarse, por las constantes comparaciones que escucharon durante su desarrollo por parte de profesores, padres o miembros de su familia. Incluso, quienes salían mejor parados frente a estas, sufrían, sintiendo culpa por tener habilidades más desarrolladas o por tener talentos, que no sabían como habían adquirido, así como por particularidades propias de su temperamento, tales como ser más tranquilos o tolerantes a la frustración. Claro que, quienes mostraban más desafíos para la crianza, presentan más recuerdos dolorosos.


Incluso, algunas personas continúan con el patrón y pasan de tener padres críticos a parejas críticas, que los comparan constantemente, o se convierten en los padres que comparan y critican frecuentemente a sus hijos.


Si bien, no podemos cambiar el pasado, sí podemos actuar en el presente y hacer las cosas de una forma distinta.


No solo debemos evitar las comparaciones, sino tampoco permitir que nos las hagan.

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